viernes, 14 de agosto de 2009

EMPEZAR GANANDO, TERMINAR PERDIENDO

Perdí todo lo que tenía en esa timba de póker: “treinta y cinco mil euros, una ducati original del sesenta y mi colección de discos de los Rolling”. Pude haber perdido también mi coche y un revólver que llevaba en el maletero. Pero el jugador que me había desplumado demostró no ser del todo un mal tipo perdonándome eso y entregándome dos mil euros para que me pudiera largar de ese casino ilegal lo más rápido posible. Un coche viejo, una pistola con una bala y dos mil euros. Era justo lo que necesitaba para mi próximo plan.


El dinero que perdí no era mío, era de mi padre. Todos sus ahorros. Lo conseguí convencer para que me lo prestara con la promesa de que se lo devolvería triplicado. Me faltó poco. Estuve ganando durante las tres primeras horas. Pero ese tío tuvo la suerte de cara y en cinco manos me dejó sin blanca. La historia de mi vida: “empezar ganando, terminar perdiendo”.


Mi idea era conducir hasta el próximo hotel de carretera medio decente y pegarme un tiro. Ya no tenía nada más que perder. Mis miles de líos me habían dejado solo. Lo sentía por mis padres, aunque pensándolo bien, quizás en el fondo desapareciendo les haría un favor. Ya no tendrían que acarrear con más disgustos.


Llegué de noche, llovía copiosamente. El hombre que me atendió en la recepción era un gordo que no paraba de sonreír y de contar chistes malos. En otro momento de mi vida me hubiera caído bien, pero en el actual tanta felicidad me molestaba. El único equipaje que llevaba conmigo era una pequeña bolsa con la pistola y el dinero. Le compré al gordito feliz una botella de whisky para anestesiar el alma y los sentidos en el momento del disparo.


Fuera seguía lloviendo. Ya casi no quedaba líquido en la botella. Me senté desnudo en la cama, introduje la pistola en mi boca y puse el dedo en el gatillo. Sentí que el cañón del arma no era lo suficientemente frío, que el whisky no cumplía con su misión, que la lluvia no era tan triste, que el pasado no pesaba tanto y que el futuro era de un gris oscuro que no llegaba a negro. Comencé a llorar como un niño. No tenía valor para hacerlo. Noté un cansancio proveniente de lo más profundo de mi alma. Mientras me quedaba dormido pensé que dos mil euros no era una mala cantidad para volver a tentar a la suerte.

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